Las élites peruanas y novohispanas (1700-1730)
Reflexiones a partir de la reciente historiografía modernista
p. 47-61
Texte intégral
1El estudio de las élites coloniales hispanoamericanas suele darnos múltiples novedades interpretativas y constantes revisiones historiográficas. Los balances son numerosos y dan cuenta de los avances metodológicos logrados a partir de la segunda mitad del siglo xx, entre los que destaca su tratamiento desde la teoría de las redes sociales1. La cambiante definición del concepto élites es un hecho significativo de este avance en el conocimiento del tema. En los años ochenta, los estudiosos privilegiaban el sustento económico como la base fundamental para definir las élites. La fortuna de las élites hispanoamericanas, compuestas por hacendados, mineros y comerciantes, se formaba exclusivamente por las compras de tierras, con las que se podía adquirir un título de nobleza y, así, afianzar el prestigio y formar parte de la superestructura del poder. Al final de la centuria pasada, existía casi un consenso sobre el hecho de que se debía realizar un estudio equilibrado de los tres niveles que definen en toda su complejidad la estructura y la composición de la élite: a) económico (estructura, actividades y relaciones económicas), b) político (poder) y c) cultural (sistemas de valores, mentalidad, educación). Dese esta perspectiva se considera que cada dimensión goza de cierta autonomía respecto de la otra2. Bernd Schröter y Christian Büschges prefieren incluso adoptar el concepto de capas sociales altas a los de élite, aristocracia o nobleza, por su significado en apariencia más general o neutral. Teniendo en cuenta esta última sugerencia, usaremos el concepto de élite colonial para referirnos a la nobleza titulada, la nobleza no titulada o secundaria, los caballeros de órdenes nobiliarias, los hidalgos y las personas que, a pesar de no poseer un título, gozan de los privilegios reales como miembros de la alta Administración.
2En esta ponencia planteamos una revisión a partir de una circunstancia constatable. La reciente historiografía modernista española ha hecho avances en los últimos años sobre el estudio de las élites que están sirviendo de referente para un replanteamiento del estudio relacional de las élites hispanoamericanas porque, a fin de cuentas, ambas realidades (España e Indias) tuvieron un ininterrumpido flujo de personas, bienes e ideas en los siglos xvi al xviii. Desde esta perspectiva atlántica, las élites metropolitanas y coloniales de la monarquía hispánica muchas veces estuvieron imbricadas en su constitución y en su forma de actuar. En este trabajo se destacan dos vertientes fundamentales de la reciente historia moderna española: las élites en el contexto del florecimiento de las cortes virreinales (haciendo hincapié en la segunda mitad del siglo xvii) y las élites en el marco de los estudios sobre venalidad y corrupción (cuyo marco cronológico elegido será desde fines del siglo xvii hasta principios del siglo xviii).
Cortes virreinales y élites
3El estudio de la corte entre los siglos xvi y xvii se ha consolidado como un objeto clave de la historia política modernista gracias a la influencia de corrientes como el grupo italiano Europa delle Corti de C. Mozarelli, B. G. Zenobi y M. Fantoni; y el revisionismo político inglés de G. R. Elton, K. Sharpe y L. Levy Peck3. La corte hispánica centralizada en Madrid en la época de los Austrias ha sido definida como una monarquía de las cortes por reforzar espacios cortesanos previamente existentes como Nápoles, Palermo, Milán, Bruselas y Lisboa e instaurar cortes virreinales de nuevo cuño en Nueva España y el Perú. Tales contribuciones han esclarecido que la corte es el espacio del poder por excelencia de una monarquía en la que el soberano y la élite del poder nobiliaria que lo rodea alimentan un poder multiforme, complementario y, fundamentalmente, negociador. En el caso de la corte de los Austrias, se ha destacado su evolución como una instancia a la vez administrativa, política y ceremonial, en otras palabras, una suma del poder del soberano, de la casa real gobernante, de las casas afines que la sustentan y de las instancias polisinodiales que de ella dependen. Entre las monografías más recientes destacan las compilaciones dedicadas al uso de las nociones de patria, nación y naturaleza tanto en la monarquía hispánica como en las cortes periféricas que la integraron4, así como el significado de la música en la ritualidad cortesana5.
4La publicación de los exhaustivos estudios sobre la casa y corte de Felipe II, Felipe III y Felipe IV por parte del equipo dirigido por José Martínez Millán ha desentrañado la compleja organización del poder y composición de una corte integrada originalmente por las casas reales de Borgoña, Castilla, Aragón y Portugal6. A ese segmento fueron incorporadas las Indias y de ello se da cuenta en los tomos dedicados a los reinos durante el reinado de Felipe III (1598-1621), donde se informa de la incorporación de los virreinatos de Nueva España (con estudios de Alicia Mayer y Peer Schmidt) y de Perú (con estudios de Pilar Latasa Vasallo y José de la Puente Brunke). Estos dos últimos autores señalan que en la época de Felipe III «no en vano el puesto de virrey del Perú era la segunda posición administrativa más importante que la corona podía conceder fuera de los territorios peninsulares, después del de Nápoles7»).
5Las élites hispanoamericanas en el contexto del auge de las cortes virreinales en la temprana Edad Moderna son vistas por la historiografía como las fuerzas definidoras del espacio del poder en las Indias. Gran parte de su prosopografía se debe a la solitaria, titánica e invalorable reconstrucción realizada por Guillermo Lohmann Villena8, en especial de todos aquellos personajes que fueron admitidos en las órdenes nobiliarias entre los siglos xvi y xviii. En un artículo reciente, se destaca la inestabilidad de este grupo de nobles nobiliarios en Nueva España y el Perú «incapaces de sostener [económicamente] el honor o el patrimonio de la familia por muchas generaciones9». Andújar Castillo ha resaltado las redes de amistad y paisanaje que los nobles limeños tejieron en España para acceder a las órdenes militares10. La reciente publicación de las biografías de los nobles titulados peninsulares y americanos durante el reinado de Felipe V de María del Mar Felices de la Fuente, complementaria de su obra La nueva nobleza titulada, es un nuevo aporte cuantitativo que esclarece el papel de los nobles comprometidos con la causa borbónica en la guerra de Sucesión. Según esta autora, «del total de los 322 títulos contabilizados, 188, casi el 60 %, fueron dados en atención a méritos y servicios desempeñados en los diversos ámbitos de gobierno, de la monarquía, así como durante la guerra de Sucesión11». A este trabajo se le debe añadir como colofón uno dedicado a la nueva nobleza titulada peninsular e indiana en tiempos de Fernando VI en el que la práctica de la venalidad para su obtención sigue siendo básica al igual que los indispensables méritos guerreros12.
6Actualmente se propone que la dimensión cultural de la corte nobiliaria hispanoamericana está relacionada no solo con las familias nobles nacidas en las Indias (por cierto, que a su vez fueron grandes terratenientes, mineros y comerciantes y coparon el mundo patrimonial del saber), sino, también, con el séquito que trajeron los virreyes de la época de gobierno de los Austrias, en su mayoría segundones de grandes familias nobiliarias españolas. Esa élite trasplantada a América fomentó un entorno de criados y otros acompañantes que eran a su vez parientes cercanos bien pertenecientes al linaje del virrey o al de su esposa. La equiparación entre criados del virrey y nobles aparece reflejada en los documentos de la época. Estos virreyes llevaron a la América española el nuevo concepto de nobleza, que se consolidó en los albores de la Edad Moderna. El comportamiento cortesano formulado por Baltasar de Castiglioni en su manual sumó como sus atributos indispensables el ser hombre de armas, virtuoso y letrado.
7Los estudios sobre las cortes virreinales hispanoamericanas a fines del siglo xvii y principios del siglo xviii son escasos en comparación con lo avanzado sobre este tema en Europa. Para la corte novohispana en tiempos de los Habsburgo se cuenta con el estudio fundamental de Alejandro Cañeque, The King’s Living Image, en el que procura entender el entramado del poder de los virreyes novohispanos a través de la reconstrucción de la cultura política de la época13. Según este autor, un virrey en su condición de «viva imagen del monarca» debía aprender a negociar con las élites su autoridad, su magnificencia, sus privilegios y su decoro a través de continuas concesiones clientelares a las mismas. Conceptos como el equilibrio entre lo pontificio y lo regio, la «liturgia de la magnificencia» y la «economía del favor» se convierten en prácticas fundamentales para comprender el cuerpo de nación novohispano de la época de la dinastía austracista. En otros estudios anteriores y posteriores a The King’s Living Image, este autor enfatiza la retroalimentación entre los poderes de los virreyes de las élites a partir de la historia política y de la historia del arte14. Sus estudios complementan desde la perspectiva los clásicos trabajos socio-económicos sobre la nobleza mexicana de fines del siglo xviii de John E. Kicza y Doris M. Ladd. Estos dos últimos trabajos, a su vez, han sido enriquecidos con el estudio sobre la actitud de los nobles mexicanos ante la muerte entre 1750 y 185015, en el que la autora a través de una recopilación de trescientos testamentos cuantifica y cualifica cómo estos personajes concibieron la fidelidad al catolicismo entre la ilustración y la independencia.
8También ha sido importante dentro de la nueva perspectiva de lo cultural en el México de la época de los Habsburgo el estudio sobre las élites letradas en los siglos xvi y xvii16. Se trata del seguimiento de aquellos miembros de la sociedad colonial que poseyeron el control del saber y que, en su mayor parte, fueron clérigos, juristas, médicos con inherentes vínculos nobiliarios. Estos no solo dominaron la lengua por excelencia de la cultura, el latín, sino que optaron, además, por publicar sus conocimientos en español para afianzar su posición en la república de las letras del mundo hispano. Por último, ellos fueron los garantes del sistema de control colonial en su condición de burócratas y consejeros de la élite virreinal. No está de más resaltar que este sector estuvo hegemonizado por criollos y peninsulares acriollados cuyo propósito fue mantener el privilegio de su estamento en el sector marginando a las élites indígenas. Por todo lo anterior, Magdalena Chocano considera que el mundo de la ciudad letrada de la ciudad de México constituyó «una verdadera fortaleza que vigilaba las intromisiones en su territorio y disuadía los ataques intencionados o no a los privilegios que le daban sustento».
9Un estudio que pone a prueba las comprobaciones «político-culturalistas» de Cañeque y Chocano en plena guerra de Sucesión dinástica entre Austrias y Borbones es el dedicado a las intrigas del poder dentro de la corte del virrey duque de Alburquerque entre 1702 y 171017 . La tarea de Alburquerque como fiel aliado de Felipe V —y cuyo padre además había sido virrey a mediados del siglo xvii— fue acabar con los restos de los nobles novohispanos partidarios del austracismo. Para ello, Christoph Rossenmüller demuestra cómo el virrey apuntaló como alcaldes mayores a oficiales del tesoro, magistrados locales y cargos militares a personajes a los que fue premiando, además, con honores y títulos con el propósito de afianzarlos dentro de la nueva red clientelar. Frente a la tradicional versión de que Alburquerque tuvo que lidiar con la componenda política de los nobles partidarios de los Habsburgo, Rossenmüller propone que aquellos complots no fueron sino denuncias oficialmente fabricadas para acabar con las redes de poder nobiliarias que no le eran afines. Es decir, Alburquerque fabricó un conflicto intraélites para afianzar el poder de su nueva clientela elitista. En estos términos, el virrey se desenvolvió como sus antecesores austracistas poniendo en práctica como sus antecesores para afianzar su poder cuasiabsoluto frente al poder religioso y civil. Pero, al finalizar su mandato, Alburquerque en su juicio de residencia iba a experimentar en carne propia la venganza de los numerosos enemigos de élite que había forjado durante su gestión, quienes no dudaron en enfilar contra su corruptela denunciándolo ante el monarca borbónico. El exvirrey solo se libró de la humillación de ser sentenciado haciendo un donativo extraordinario a la Corona de 700 000 pesos.
10Sobre el área andina hay trabajos parcialmente equivalentes a la innovadora perspectiva temática «culturalista» realizada por Cañeque, que comienza a encaminarse hacia el predominio de tal enfoque en tales estudios. Eduardo Torres Arancibia se ha dedicado a configurar el espacio de poder gestado por la temprana corte virreinal peruana. Él considera que fue el marqués de Cañete (1556-1560) el virrey que estableció una etiqueta cortesana porque llegó al Perú con un séquito y, además, creó la Compañía de Gentileshombres de Lanzas y Arcabuces para realce de su investidura. El mismo autor plantea que durante el siglo xvii la corte virreinal se asentó y fue el centro de la negociación permanente entre el virrey y la élite criolla y constituyó un espacio de intermediación entre el poder central indiano y los grupos sociales. De virreyes como el príncipe de Esquilache (1614-1621) o el conde de Chinchón (1629-1639) salieron las mercedes, los oficios y los nombramientos del reino; y los beneficiarios debían acceder a su entorno para alcanzar esas prebendas18. Pero aquí surgió el problema de un espacio de poder donde la gracia del don fue un privilegio concedido por costumbre de los virreyes a su séquito antes que a los criollos. Este conflicto ya lo había planteado antes José de la Puente al advertir cómo, a mediados del siglo xvii, los criollos en su condición de exencomenderos y beneméritos, o descendientes de los conquistadores, protestaron por esta exclusión ante la propia Corona. Autodefiniéndose en 1657 como la «nobleza de la ciudad» se quejaron mediante un escrito dirigido al rey por este agravio comparativo19. Como complemento de lo anterior, Alejandra Ossorio en su estudio sobre el ceremonial barroco en la Lima del siglo xvii (entrada del virrey, fiestas por la entronización de los reyes y honras fúnebres en honor de los monarcas y las reinas) propone que este cumplió dos objetivos para la nobleza local: 1) afianzar el poder de la élite limeña sobre la cuzqueña y su pasado imperial inca y 2) demostrar al virrey que para los nobles limeños por encima de su autoridad estaba la del monarca20.
11Los estudios sobre la corte virreinal peruana se concentran en la primera mitad del siglo xvii y, concretamente, en los casos del conde de Castellar y el conde Lemos21. Nada se ha escrito sobre la evolución y peculiaridad del espacio del poder cortesano en los gobiernos virreinales del duque de la Palata (1681-1689) o del conde de la Monclova (1689-1705), que coinciden con las décadas del reinado de Carlos II y el inicio del reinado de su sucesor Felipe V. Del comportamiento de la élite colonial peruana durante la Guerra de Sucesión estallada contamos con los estudios dedicados por Nuria Sala i Vila a la época del virrey marqués de Castelldosrius (1707-1710). Ella prueba el grave conflicto político que se gestó por estar obligado este gobernante a premiar a su séquito, compuesto por parientes suyos y de su esposa que ayudaron a la financiación del viaje que los trajo a Lima, en contra de los intereses económicos de los criollos beneméritos con ansias de obtener cargos, confirmar privilegios económicos y jurisdicciones para el Consulado en una época de auge del contrabando francés. El más enconado enemigo de este virrey fue el limeño marqués de Castelblanco (José de Rozas), y el origen de este conflicto pudo estar en las «disensiones con los hijos del virrey, nombrados por este en altos puestos en el presidio del Callao22». Castelblanco no reparó en gastos y viajó hasta la corte de Madrid para lograr la destitución del virrey bajo el cargo de corrupción. Castelldosrius movilizó sus influencias cortesanas en la metrópoli afines con Felipe V para contrarrestar los argumentos de su enemigo, pero falleció repentinamente en Lima mientras su procesamiento estaba en curso.
12El declive del poder de las cortes virreinales está vinculado con la política administrativa centralizadora y absolutista de los Borbones, que sustituyó la monarquía compuesta y negociadora de los Austrias. Alfredo Moreno Cebrián en su estudio del gobierno del virrey Castelfuerte (1724-1736) resalta que «los testimonios de la época permiten hablar de una corte virreinal austera, sin especial brillo y nada dispendiosa como pudieran ser las anteriores de Castelldosrius o Santo Buono23». No obstante, el mismo autor demuestra que la fortuna del virrey se acrecentó en el Perú y ello probablemente se debió a la abultada venta de oficios que en especial favoreció a la élite criolla.
13Complementamos este apartado con unas breves referencias a otras dos realidades andinas dependientes al principio del siglo xviii del Perú: Charcas y Quito. Respecto a Charcas, Eugenia Bridikhina ha propuesto hablar del funcionamiento en La Plata de una corte virreinal de tipo provincial, por ser sede de la Audiencia y del Arzobispado, en la época del esplendor de la actividad minera de Potosí. La novedad de este estudio consistió en aplicar el concepto de civilización de Norbert Elias para perfilar el entorno del poder cortesano charqueño24. Respecto a Quito, no existe un estudio equivalente al de Charcas porque se considera que la élite de esta provincia era políticamente débil y económicamente marginal. Pilar Ponce destaca la escasa importancia que tuvieron los rasgos explícitos de nobleza para el prestigio de la élite de Quito a lo largo del siglo xvii25. Según relata Christian Büschges en su estudio sobre esta élite, en 1631 el presidente de la Audiencia quiteña comentó que la oferta de privilegios de hidalguía concedida por Felipe III a Indias no podía tener éxito, puesto que la mayoría de la gente era humilde y pobre. Dicha autoridad añadió que solo un vecino de la villa de Ibarra ofreció a la Corona mil pesos por la merced de hidalguía, pero la suma fue considerada «demasiado baja por el virrey del Perú, el conde de Chinchón26».
14Todavía al margen de la temática cortesana, el estudio más importante sobre la nobleza peruana en el siglo xviii lo publicó Paul Rizo Patrón. El estudio enfoca a las élites coloniales limeñas desde la perspectiva genealógica y proporciona una documentada información sobre las estrategias de alianzas familiares a partir de la dote matrimonial27. La conclusión a la que arriba esta obra es que la endogamia fue un hecho cotidiano y relevante en una sociedad donde las familias nobiliarias consideraron un objetivo prioritario conservar el lustre de sus linajes. Cabe anotar que Rizo Patrón propone equiparar los conceptos de élite y aristocracia «a pesar de que cada una tenga sus propios matices, como que en la primera predomine el factor económico y del poder política y que la segunda esté más vinculada a valores, estilos de vida y mentalidad tradicionales28». En un estudio posterior el mismo autor aborda una problemática que interesa resaltar en este artículo: la postura adoptada por los nobles limeños frente a los bandos enfrentados en la guerra de Sucesión. Si bien casi toda la élite colonial, junto con el virrey conde de la Monclova, acató la disposición testamentaria de Carlos II de nombrar como heredero de la corona a Felipe de Anjou, hubo voces que se alzaron a favor del candidato austriaco como fue el caso de la familia Ibáñez de Segovia. El patriarca de este linaje fue el marqués de Corpa y conde de Torreblanca, Luis Ibáñez de Segovia y Peralta, títulos nobiliarios que adquirió en la última década del reinado del rey Austria. Cuando este monarca falleció y comenzó la guerra, Ibáñez se desempeñaba como gobernador de Huancavelica. Rizo Patrón afirma que era pública la francofobia de este noble limeño y sus hijos, pero admite desconocer los pormenores de tal adhesión; solo confirma que «sabido es que el II marqués de Corpa, don Mateo Ibáñez de Segovia y Orellana […] fue desterrado al reino de Chile por verse comprometido en conspiraciones a favor del archiduque Carlos29».
Las élites coloniales y la venta de cargos y títulos de nobleza: ¿la venalidad es corrupción?
15Hasta principios del presente siglo la gran tradición de estudios sobre ventas de cargos en la América española fue ignorada por la historiografía modernista, dado que se creía que en la metrópoli este tipo de actividad había afectado principalmente a los cargos municipales y no a los puestos de mayor envergadura institucional (audiencias, consejos, chancillerías, ministerios). Las investigaciones de Francisco Andújar y de Guillermo Burgos Lejonagoitia han rebatido esta suposición al encontrar que la práctica de la venalidad afectó a casi todos los cargos públicos por las necesidades económicas que supuso costear la guerra de Sucesión30. Andújar encuentra que entre 1704 y 1711 se activó:
… la etapa principal de la venalidad, [y] se fundamenta en que durante esos años fue cuando más empleos se vendieron, más ingresos generaron y cuando una buena parte de esas ventas sirvieron para ejercer en España altos puestos de gobierno político, de hacienda y de justicia31.
16Este vínculo entre conflicto bélico, necesidades financieras y beneficio de cargos no solo cuestionaba el supuesto de que la etapa de auge de la venalidad fue la última década del reinado de Carlos II, sino que existía una continuidad entre Austrias y Borbones en el ejercicio de dicha práctica. Este postulado era algo que los estudios previos ya afirmaban, aunque sin pruebas. Cronológicamente, los estudios americanistas argumentaron que las élites coloniales tuvieron la oportunidad de acrecentar su poder vía la compras de cargos a partir de 1674, fecha en que este tipo de subastas se amplió de alcaldías mayores a presidencias, gobiernos, corregimientos, completándose esta medida en 1683 con la ventas de audiencias y jefaturas militares. Aunque menos investigado, se sabía lo siguiente:
… la llegada de los Borbones al trono español no eliminó el sistema sino que lo continuó durante los primeros cincuenta años del siglo xviii, y solo a partir de 1750 se intentó poner remedio poner remedio a una situación calificada constantemente de ‘corrupción’ pero aceptada por la propia Corona como necesaria32.
17Necesidad y venalidad confirmaron esta intuición del americanismo al comprobar que Felipe V también puso en pública subasta todo cargo que pudiese vender para conseguir dinero.
18Para el área andina el estudio de Andújar demuestra que dicho escenario fue un punto neurálgico de lo que definió como el gran mercado de Indias. Esto último se conceptualiza así debido a que Felipe V hizo caso omiso del decreto del Consejo de Indias de marzo de 1701 que estableció la suspensión de las ventas de todos los empleos relacionados con la administración de justicia. Andújar cita el caso de Antonio Mari Genovés que en 1702 adquirió por 450 000 reales el puesto de alguacil mayor perpetuo de las Cajas Reales de Lima. Pero el mayor beneficio le correspondió al criollo Juan Santa Cruz Gallardo, hijo del conde de San Juan de Lurigancho, que abonó 1 200 000 reales (poco más de 80 000 pesos) por la compra a perpetuidad del oficio de tesorero y blanqueador de la Casa de la Moneda de Lima33. Lógicamente, esta tendencia se mantuvo entre 1704 y 1711 cuando la venalidad devino crónica en todos los confines de la monarquía hispánica. Se hizo una costumbre hacer la venta masiva de alcaldías y corregimientos bajo el sistema de enajenación en régimen de segundas y hasta terceras futuras (por dos y tres generaciones). También se generó otra peculiaridad durante esta coyuntura, que fue que un mismo personaje de la élite adquiriera múltiples cargos. Tal fue el caso del noble limeño Francisco de Herboso, quien en 1712 acumuló bajo su gestión los corregimientos de Berenguela, San Felipe de Austria, Minas de Oruro y Cajamarca por los que pagó 150 000 reales. Ese mismo año complementó estas compras con el pago de 135 000 reales por la plaza de contador del Tribunal de Cuentas de Lima. Su estrategia rentista culminó con la compra por 350 000 reales «de uno de los puestos de mayor cotización e importancia de cuantos se vendían en Indias: la futura presidencia de La Plata34».
19En cuanto a la venta de cargos relacionados con la magistratura en el primer decenio del siglo xviii, Andújar advierte una única pero vital diferencia entre España y América: la calidad de los seleccionados por el dinero exigida por las instancias reales adjudicatarias fue mayor en la primera que en la segunda. Ello lo lleva a concluir tácitamente que la venalidad produjo más corrupción en las Indias. Solo así se entiende que, ante la crítica situación de la impartición de justicia en las audiencias por la incapacidad de sus venales propietarios, Felipe V ordenará su primera reforma luego de concluir la guerra de Sucesión y en el contexto de iniciar su política administrativa centralizadora de Nueva Planta. Como resultado de la aplicación de esa reforma, varios magistrados que compraron legal o fraudulentamente el puesto de oidor entre 1704 y 1711 comenzaron a ser destituidos. Por ejemplo, en 1717 fueron cesados como oidores de la Audiencia de Quito Juan Bautista Sánchez Orellana y Juan Dionisio Larrea, el primero porque era teólogo y no jurista y el segundo por no tener la condición de vecino35. Esta medida no significó que el Estado recuperase su autoridad, ya que las ventas de cargos prosiguieron a lo largo del siglo xviii, sobre todo, en coyunturas en que las guerras internacionales amenazaron quebrar la Hacienda Real.
20En una más reciente publicación, El poder del dinero, coordinada por Andújar y Felices de la Fuente, los autores son invitados a reflexionar sobre la triple dimensión, social, política y económica del desarrollo de la venalidad categorizada como tráfico de oficios y honores. Los coordinadores resaltan un aspecto de la dimensión de la venalidad que es su opacidad:
[esta práctica] se desarrolló con demasiada frecuencia en el marco de lo secreto, de lo que debía ser ocultado, bien para que no fuese conocido por los iguales, bien para que no manchase de «polvo dorado» los empleos o los títulos nobiliarios. Y ahí, en descubrir esa ocultación, el secreto, los mecanismos de lo no reglado, radica una de las principales tareas de la investigación histórica en el futuro36.
21Jean-Pierre Dedieu en el balance global de la obra comentada asevera que la virtud de los trabajos incluidos en ella es
haber hecho más complejo, por no decir borroso, el concepto de «venalidad». Transformamos un objeto que en un principio parecía simple, la concesión de cargos públicos, mediante dinero, en un objeto relativo, que no se puede entender, calibrar, enfocar, sino por las relaciones que mantiene con otros objetos que a su vez delimitan sus contornos y estructuran sus ritmos de herencia, y mucho más37.
22Dedieu invita a problematizar el postulado aceptado de que la venalidad, en cuanto beneficio de cargo, se inscribe en el marco jurídico de la economía de la gracia planteada por Antonio Manuel Hespanha. En su opinión más bien, la venalidad trascendería ese marco legal para abarcar ámbitos y contextos culturales y políticos más significativos. Pero más provocadora resuena aún otra afirmación suya, en el mismo tono argumental usado por Andújar, sobre que
a todas luces, la Indias aceptaban mejor la venalidad. En Indias empezó la venta sistemática de cargos de primera fila por la monarquía a fines del siglo xvi. En Indias se relanzó la política de ventas a fines del siglo xvii. Las dos terceras partes de las casi 1.300 plazas vendidas en la primera gran venta de Felipe V, entre 1704 y 1712, lo fueron en Indias. El problema de la venta de oficios tiene en la historiografía indiana un papel vertebrador que no tiene en la española. Parece que en América no existía sino en un tono muy atenuado esta sensibilidad frente al dinero que hacía que, en España, independientemente de cualquier otra consideración, la adquisición del cargo como contrapartida inmediato de un pago, fuera algo indigno38.
23Este aparente hábito consuetudinario de las élites hispanoamericanas para medrar por puestos con poco pudor, lo atribuye Dedieu a
la ausencia de profundidad histórica de las sociedades indianas en su vertiente criolla. Difícilmente puede existir una élite enraizada, basada en la tradición, en una sociedad que arrancó apenas tres siglos antes, que conoció desde entonces una movilidad impresionante y que además dedicó gran parte de sus recursos a captar e integrar advenedizos recién llegados de Europa39…
24Habría que tomar en cuenta otra diferencia fundamental entre España e Indias que fue la intervención en la primera de las Cortes de Castilla, a través de su Cámara, en el proceso de concesión de los cargos más importantes, mientras en la segunda la no representación de sus ciudades y provincias en Cortes otorgó al virrey, junto al Consejo de Indias, el poder de conferir dichas mercedes.
25Michel Bertrand en su contribución a El poder del dinero introduce importantes consideraciones sobre las élites hispanoamericanas que matizarían lo aseverado con rotundidad por Dedieu y Andújar. En realidad, Bertrand polemiza con Ángel Sanz Tapia y su afirmación en una publicación reciente sobre la venta de cargos americanos en la época de Carlos II, que
habría que concluir que un sistema que permite el ejercicio por dinero de las 3/5 partes del total de los oficios políticos debe considerarse muy corrupto, en cuanto que pone el gobierno en manos de personas cuyo principal o único mérito es haber entregado un donativo económico a la Corona40.
26Bertrand advierte que Sanz Tapia no aporta una definición de lo que entiende por corrupción en el Antiguo Régimen. Su existencia como anomalía es innegable porque así lo denunciaron los moralistas y así también se definió el sentido negativo del vocablo incluido en los diccionarios de la época. El problema consiste en saber historizar la corrupción a partir de casos prácticos sin otorgarle a priori una carga valorativa negativa desde el presente, el famoso pecado del anacronismo, que es a lo que induce la perspectiva weberiana del Estado. Bertrand propone como una vía alternativa un análisis fundamentado en la categoría foucaultiana de relaciones de poder y en el que se considera bajo la categoría de institución a «toda forma de organización social elaborada según un mínimo de estabilidad o que funciona con un mínimo de regularidad41». Para el caso específico de la práctica de la venalidad en la época de la Guerra de Sucesión la perspectiva relacional permite relativizar el significado pernicioso de la corrupción porque
de la misma forma que [los dos contrincantes] ofrecen ascensos espectaculares a aquellos que deciden apoyarlos, la venta desenfrenada de cargos tiene dos vertientes: por una parte viene a llenar el real erario exhausto, pero, por otra, significa también por parte del adquiriente una apuesta fuerte a favor de un bando42.
27Desde esta óptica foucaultiana, la venta de cargos en la institución monárquica no puede considerarse sinónimo de corrupción, sino, antes que nada, el resultado de una negociación con vistas a reforzar un bando cuyo fin es imponerse al otro. Bertrand coincide, en cambio, con Andújar en que la corrupción se ubica no tanto en la venta en sí, sino en la utilización fraudulenta de estos recursos en beneficio de particulares del entorno del rey y sin su aparente acuerdo.
28La revisión y la renovación simultáneas de los estudios sobre la nobleza titulada en Indias tienen ya una obra relevante, se trata de la tesis doctoral de Felices de la Fuente. El suyo es un estudio donde metodológicamente historia social y prosopografía de la nobleza quedan ancladas en el análisis previo de las prácticas político-administrativas. Por ejemplo, la autora incide en el proceso burocrático de solicitud de los títulos nobiliarios, por encima de las relaciones de servicio confeccionadas por el pretendiente, como el mecanismo clave para su obtención. Se trata de una obra que analiza a la nueva nobleza titulada peninsular y americana creada por Felipe V (1700-1746) con el objetivo de instaurar una nueva élite de poder fiel a la dinastía Borbón. Atendiendo a la forma de obtención de los títulos, la autora identifica dos grupos, una primera denominada nobleza de servicio y mérito, que obtiene los títulos nobiliarios por servicios prestados en los diversos ámbitos del gobierno de la monarquía, y una segunda definida como nobleza venal, que es aquella que accede a los títulos esgrimiendo como principal mérito un servicio pecuniario. Una de sus conclusiones es que en la época de Felipe V el origen social de una persona no fue determinante para obtener un título nobiliario. Tuvieron mayor valor los servicios prestados al monarca bien en lealtad política y militar o en dinero. Otra de las comprobaciones de Felices de la Fuente es que, contra lo asumido historiográficamente, no hubo una ruptura entre Austrias y Borbones en el tema de la solicitud y tramitación de los títulos nobiliarios y, más bien, predominó una continuidad. Fueron 318 los individuos, y sus linajes, que engrosaron la capa superior de la élite en la primera mitad del siglo xviii. Desagregando esta cantidad, sorprende que el 63 % (57 de 91 adquirientes) de los títulos venales los adquirieran las élites coloniales hispanoamericanas, un hecho que «se explica claramente por una mayor ambición social por parte de quienes disponían de grandes capitales obtenidos del comercio, la minería y la explotación de grandes haciendas de tierras y ganados43». Es decir, como había comprobado la historiografía americanista para la época de Carlos II, los grandes beneficiados de la venta de títulos de Felipe V fueron las élites económicas y un significativo sector que desempeñaba puestos en la Administración, en su mayoría linajes de baja y media nobleza o advenedizos.
29Para evaluar el tratamiento de Felices de la Fuente del caso peruano es necesario recordar que Rizo Patrón proporcionó una relación detallada de la política de venta de títulos nobiliarios que Felipe V concedió a la élite limeña por su fidelidad. Estos fueron a lo largo de su reinado un total de 46, de los cuales 25 fueron títulos de marqueses y 21 de condes, y por el origen de los compradores 15 fueron para peninsulares, 1 para un canario y 30 para criollos44. En La nueva nobleza titulada de España y América, se resaltan varios ejemplos que confirman la formación de una nueva y numerosa élite colonial peruana (entre hacendados, comerciantes y mineros) a cambio de la entrega de elevadas sumas de dinero a la Corona o a particulares en la metrópoli. Este último fue el caso del criollo limeño Felipe Zabala Ordóñez que se hizo con un título de Castilla por compra a su propietario el príncipe de Nassau, quien antes lo obtuvo de Felipe V para beneficiarlo en Indias como gracia por los servicios políticos prestados. La compra se tramitó a través de la Cámara de Castilla, que fue la encargada de consultar a los testigos el abolengo de la Casa de los Zabala de origen guipuzcoano, además de probarse que era hidalgo, caballero de la Orden de Santiago y capitán de Caballos Ligeros del Tercio de Arauco en Chile. Zabala poseía una renta anual de 13 000 pesos procedente de la propiedad de una hacienda y no fue problema para él desembolsar los 22 000 ducados que costaba el título. La Cámara no puso ninguna objeción y el título de conde de Manchay se confirió a Zabala en 171545.
30Otro título nobiliario obtenido por la vía de compra a particular fue el que correspondió al limeño Pedro de la Fuente y Rojas. El vendedor fue el marqués de Villatorcas, quien heredó, a la muerte de su madre, un título de Aragón en blanco que ella obtuvo en 1691 por sus servicios como dama de la reina Mariana de Neoburgo. Según consta en el expediente de solicitud, el ennoblecimiento venal de De la Fuente comenzó en 1718 con la adquisición del corregimiento de Parinacochas, la gobernación de Huancavelica, el corregimiento de Angaraes, la superintendencia general del mineral de azogue de Huancavelica y, por último, el cargo de contador de la Contaduría General de Cuentas de Lima. La compra del título de conde de la Fuente Roja se realizó en 1722 y el comprador pagó por él 22 000 ducados. El marqués de Villatorcas a través de la Cámara de Castilla solicitó al rey la confirmación de esta venta para poder hacer uso del dinero y amortizar las deudas contraídas por sus padres fallecidos46.
31Al margen de los casos excepcionales arriba mencionados, la mayor parte de los títulos enajenados en el Perú durante la época de Felipe V se obtuvieron a través de los virreyes y gobernadores. Felices de la Fuente comprueba, así, que la venta de títulos en el Perú no se hizo a través de las dos modalidades predominantes en la Península, esto es, a través de los cabildos municipales o de las instituciones religiosas, las mismas que en España obtuvieron títulos en blanco como compensación a la cancelación de deudas contraída con ellas por la hacienda regia. La vía de la «venta virreinal» preferida en el Perú la instauró Carlos II al otorgar a sus alter ego en las Indias un total de 32 títulos durante su reinado, una suma astronómica en comparación con los apenas dos que, respectivamente, enajenaron Felipe II y Felipe IV47. Felices de la Fuente comprueba que, mediante una modalidad similar a la que recurrió el último monarca Habsburgo, Felipe V comisionó a sus virreyes peruanos para vender títulos de Castilla cuyo producto debía aplicarse a distintas finalidades urgentes y no necesariamente para la hacienda del monarca. Por ejemplo, en mayo de 1739 el monarca autorizó al virrey marqués de Villagarcía para que beneficiase cuatro títulos nobiliarios cuyo producto «se aplicaría a la reedificación de la ciudad de Panamá, que había quedado destrozada tras el incendio de 173748». Otro caso significativo fue el del gobernador de Chile, y posteriormente virrey del Perú, José Manso de Velasco, quien en 1744 fue comisionado por el monarca para vender seis títulos de Castilla que fueron comprados por opulentos hacendados, comerciantes y mineros peruanos. Los compradores fueron el contador del Tribunal de Cuentas de Lima, Diego Quint de Riaño, quien pagó al menos 20 000 pesos por el título de marqués de San Felipe el Real. Lo propio hicieron los hidalgos de origen montañés Juan Antonio Tagle y Bracho, Isidro Gutiérrez Cosío y Gaspar Quijano Velarde por la compra de los títulos de conde de Casa Tagle de Trasierra, conde de San Isidro y conde de Torre Velarde, respectivamente. Con el producto de esas ventas el gobernador de Chile debió aplicarlas «a la creación de poblaciones para españoles e indios dispersos en Chile49».
32En este trabajo se ha comprobado el aporte al conocimiento de las élites nobiliarias hispanoamericanas entre fines del siglo xvii y principios del siglo xviii realizado por parte de la reciente historiografía modernista española sobre el tema de la premiación de la nobleza titulada y la conformación de las cortes virreinales. El contagio de la historiografía americanista por estas temáticas, aunque algo tardía, es evidente, y el avance logrado ha sido significativo. Los casos del Perú y Nueva España han sido los más relevantes por ser igualmente las sedes de los dos espacios de poder más significativos de la América hispana. Aún se carece de equipos de trabajos comparativos que relacionen el flujo horizontal de este proceso, es decir, el contacto y la influencia de lo cortesano entre Lima y México. Lo que sí se tiene es la interrelación entre la península ibérica y sus dos metrópolis dentro del ámbito de lo que se prefiere denominar la perspectiva atlántica. No menos importantes, como complementos, serán los trabajos que se elaboren para esclarecer la historia de las élites del poder en otros ámbitos territoriales menores de las Indias, como Guatemala, La Habana, Quito o Charcas.
Notes de bas de page
1 Langue, 1992-1993 y 1997; Bertrand, 2000; Büschges, Langue (coords.), 2005; Ponce Leiva, Amadori, 2008.
2 Schröter, Büschges (eds.), 1999, p. 301.
3 Vázquez Gestal, 2005.
4 Álvarez Osorio-Alvariño, García García, inédita; Gómez Centurión (coord.), 2003.
5 Gómez Centurión, Carreras, García García (eds.), 2001.
6 Martínez Millán, Fernández Conti (dirs.), 2005; Martínez Millán, Visceglia (dirs.), 2007; Martínez Millán, Hortal Muñoz (dirs.), 2015.
7 Martínez Millán, Fernández Conti (dirs.), 2008, p. 786.
8 Lohmann Villena, 1993.
9 Raminelli, 2014, p. 65.
10 Andújar Castillo, 2018.
11 Felices de la Fuente, 2013, p. 18.
12 Andújar Castillo, 2013.
13 Cañeque, 2004.
14 Id., 2001 y 2010.
15 Zárate Toscano, 2000.
16 Chocano, 2000b.
17 Rossenmüller, 2008.
18 Torres Arancibia, 2006.
19 Puente Brunke, 2008, p. 112.
20 Osorio, 2008.
21 Suárez, 2015 y 2017.
22 Moreno Cebrián, Sala i Vila, 2004, p. 61.
23 Ibid.
24 Bridikhina, 2007.
25 Ponce Leiva, 1998.
26 Büschges, 1999, p. 223.
27 Rizo-Patrón Boylan, 2001.
28 Id., 1998, p. 291.
29 Id., 2002, cap. ii, p. 1063.
30 Andújar Castillo, 2008; Burgos Lejonagoitia, 2014.
31 Andújar Castillo, 2008, p. 9.
32 Ruiz Rivera, Sanz Tapia (coords.), 2007, p. 12.
33 Andújar Castillo, 2008, p. 253.
34 Ibid., p. 259.
35 Herzog, 1995, p. 41.
36 Andújar Castillo, Felices de la Fuente (coords.), 2011, p. 16.
37 Dedieu, 2011, p. 19.
38 Dedieu, Artola Renedo, 2011, p. 38.
39 Ibid.
40 Sanz Tapia, 2009, pp. 371-372.
41 Bertrand, 2011b, p. 55.
42 Ibid., p. 55.
43 Felices de la Fuente, 2012a, pp. 408-409.
44 Rizo-Patrón Boylan, 2002, pp. 1064-1065.
45 Felices de la Fuente, 2012a, pp. 305-306.
46 Ibid., pp. 306-307.
47 Rizo-Patrón Boylan, 2002, p. 1065.
48 Felices de la Fuente, 2012a, p. 314.
49 Ibid., p. 315.
Auteur
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid
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